Vivir o sobrevivir

La vida me gustaba más antes, cuando la vivíamos y no la sobrevivíamos.

Le acabo de decir esta frase a una amiga en un audio de whatssap y quiero compartir mi reflexión con vosotros. Hace un tiempo, un conocido me dijo que podemos dividir nuestra vida en tres etapas. En la primera, caminamos sin recibir apenas una mala noticia, son los primeros años de niñez y juventud donde tu misión es básicamente disfrutar. En la segunda etapa, algunas personas que quieres y aprecias empiezan a dejarte. Y en la tercera, habrás perdido a muchos de tus seres queridos.

Ayer, mi compañero Jorge Javier Vázquez dijo en su programa que, a partir de cierta edad, la felicidad consiste en irte a la cama sin que te den una mala noticia. Y me afectó. Quizá porque lo comparto. Y también porque añoro profundamente esos años donde no tenía que echar de menos a nadie.

La muerte de Uriel me abrió los ojos de golpe a una realidad que desconocía. Hasta ese momento, podía decir que era afortunada. Había perdido a mis abuelos y eso me afectó profundamente, pero supe colocar ese dolor, quizá porque uno crece sabiendo que, posiblemente, se irán antes que tú. Lo asumí como parte del devenir de la vida, a pesar de que mi abuelo murió de forma inesperada antes de lo previsto y me quedaron muchas cosas que hacer con él. Supe transitar ese duelo, no sé por qué. Nadie me había enseñado, pero supe. Recuerdo que me dolía mucho, pero quizá me sirvió el hecho de que a los quince días me fui a estudiar a la universidad en Salamanca y todas esas nuevas vivencias me ayudaron a asimilar el mazazo de la muerte.

Años antes, en el cole, una compañera había perdido a su madre siendo una niña, y eso me bloqueó. Una madre no se puede morir cuando aún te queda tanto por vivir con ella, pensaba yo. Pero cruzabas los dedos para que la tuya te durase mucho más y seguías caminando.

Y, de repente, todo lo que había deseado/soñado/pedido/anhelado/amado, se esfuma en un segundo. Ese segundo que separa la vida de la muerte y que te hace dar veinte mil vueltas de campana en ninguna dirección. A partir de ahí, fui consciente de que eso también es parte de la vida y que aparece cuando menos te lo esperas. Y tenemos que vivir siendo conscientes de que la vida es, también, dolor y muerte. Aunque yo no hubiese querido vivir con esa certeza.

Desde entonces, soy mucho más sensible a las malas noticias, me afectan muchísimo. Vivo intentando aceptar esa realidad de que todos nos vamos a ir y que todas las vidas son vidas completas, duren lo que duren. La de mi hijo sólo duró treinta y nueve semanas dentro de mí y la de otras personas duran cien años. Pero las dos son vidas completas.

El otro día mi prima me dijo que no sabía cómo había podido colocar tan bien la pérdida de Uriel. Contesté que creía que era un puro mecanismo de supervivencia, y que ella también habría sabido, porque no te queda más remedio. Pura supervivencia. No sabemos la fuerza que tenemos dentro hasta que hay que sacarla de lo más profundo. Además, me dijo que pensaba en Uriel todos los días y eso me hizo feliz. También es una certeza que, mientras les recordemos, seguirán vivos a través de nuestro recuerdo.

2 Comentarios

  • Cristina

    Hay un antes y un despues después de haber perdido a un hijo yo he vuelto a vivir después del nacimiento de mi bb arco iris pero jamas será mi vida la de antes y los 4 años que los separan fueron muy largos y dolorosos
    Todos pensamos que nuestros abuelos morirán algún día y después nuestros padres porque es ley de vida pero nunca esperamos que el momento más bello de tu vida se pueda convertir en el más doloroso nunca nos prepararon para eso

    • Virginia del Río

      Desde luego, que tu hijo se muera antes que tú no es natural ni nadie está preparado para eso, aunque ya vemos que la muerte no distingue entre unos y otros. Un abrazo enorme.

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